viernes, 22 de junio de 2012

El delicado arte de convivir con una extraña

"Una vez que tienes un hijo tu vida no vuelve a ser la misma", una frase repetida tantas veces que ya casi perdió sentido (como cuando repetimos zanahoria zanahoria zanahoria zanahoria...), y tan cierta.
Antes de que naciera L yo era mujer, peruana-limeña, comunicadora (en el pasaporte), teatrista y teatrera, hija, amiga, hermana, novia (eventualmente), y algunas etiquetas más; que, con mucha gracia y salero lograba malabarear para no frustrar los impulsos iniciales que me habían llevado a ser tantas cosas. 
A la llegada de L me convertí en madre. Y todo lo demás se volvió secundario. Y no es algo que suceda porque de pronto parimos y decidimos que que lindo dedicarse únicamente al hijo, no. Es bien concreto: o reduces/eliminas  la dedicación a todos los otros roles que cumples en la vida o pones en riesgo la supervivencia y/o bienestar de tu cachorro. Punto. Entonces, si realmente quieres mantener a flote alguna de las etiquetas que antes ostentabas necesitas ayuda. Una manada, o como le llamamos nosotros, una familia. Empiezas a construir un sistema de soporte que te permita invertir una porción de tu tiempo (y tu esfuerzo) en todo lo demás, nunca como antes (menos horas de sueño, más ojeras, menos tiempos de ocio y el reclamo constante de tus amigos aun "multifacéticos") pero por lo menos de manera aceptable. Y por supuesto la familia viene en diferentes modelos y colores pero casi siempre está compuesta de individuos que- o sorpresa!- también tienen una vida propia, entonces llegas al punto inevitable (casi siempre) de buscar ayuda en alguien más.  
¿Alguien más? Una... ¿Nana? ¿"Mujer que cría de sus pechos a una criatura ajena"?
Yo nunca tuve una Nana, mi mama contrataba a una mujer que entre otras cosas, como cocinar, limpiar o lavar, se encargaba de que mis hermanos y yo no nos diéramos de cabezazos contra el suelo o de que nos laváramos los dientes por lo menos una vez al día, pero su presencia no era permanente. De ninguna manera nos iba a "cuidar" exclusivamente a nosotros, ella trabajaba en la casa. De ninguna manera iba a acompañarnos al cumpleaños de algún amigo, eso lo hacia mi mamá y si ella no podía pues no íbamos. De ningunisima manera se nos hubiera ocurrido decir: ella es mi nana. Era una amiga, un poco mayor, a la que había que hacerle caso o se enteraba la mamá. Y se llamaba Jacky, o Kasilda, o Nancy.
Las cosas han cambiado, lo sé. Algunas cosas han cambiado para bien. Las leyes y regulaciones laborales ya reconocen y protegen el trabajo de las empleadas del hogar (siempre que la empleadora sea consciente y la empleada conozca sus derechos). Hay otras cosas que no han cambiado, todavía le pagamos más al pata que nos repara la refrigeradora que a la mujer que se encarga de cuidar, proteger y criar a nuestros hijos. Todavía mantenemos ese tufillo colonial cuando nos referimos a quien mantiene nuestra casa limpia. ¿Nos sentamos a la mesa con ella?¿Sabemos quién se ocupa de su prole mientras ella se ocupa de la nuestra? Y todavía, por supuesto, es una extraña en la casa, existen notables excepciones, pero casi siempre es una extraña a la que no nos interesa conocer. Y aquí viene el asunto: ella está educando a nuestro cachorro, y en los casos mas extremos, ella SOLA está educando a nuestro cachorro. Y es su voz la que lo arrulla y su olor el que él reconoce como familiar y su corazón el que le marca el paso, y luego, unos años después, nuestro cachorro va a recibir (ojala no de parte nuestra) el mensaje inequívoco que le da nuestra ciudad: Esa voz, ese olor y ese corazón son menos buenos. Esa persona a la que amaste y que te amo de niño, es inferior,  y voila! nuestro cachorro se convirtió en un confundido y acomplejado limeño más.  
Entonces? 
La señora J que trabajó en mi casa por casi un año, que construyó una relación con mi hijo en base a esfuerzo, constancia y cariño; la única testigo de miles de horas en las que yo andaba por otro lado, priorizando otras etiquetas; decidió un buen día no regresar, sin previo aviso, sin ninguna explicación, sin decir chau y sin devolver la llave.
Entonces?
Entonces, una vez más, en la búsqueda de la perfecta extraña. Una extraña entrañable, que lea cuentos y corrija y ponga limites con amor, y cocine y limpie y sepa coser y sepa bordar y sepa abrir la puerta para jugar. Que me permita ser un poquito de todas las cosas que quiero ser, y que, ojala, tenga entre sus propias etiquetas la de amiga y cuidadora del hijo de esa chica de la casa en la que trabajo.

1 comentario:

  1. Cambia la chapa, perdona y echa pa lante. Ya llegará otra que te ayude con la cría y sea tu amiga. Besosss

    ResponderEliminar