Hoy llegó L de su viaje.
Tiene 5 años y se fue cinco días con su colegio
a Huancayo. Todos, desde tres años hasta cuarto de media, acompañados por
decenas de profesores, encargados de limpieza, trabajadores de administración,
ocho buses llenos de una comunidad pequeña pero gigante, a descubrir un poco
del país, un poco de ellos mismos, un poco de su independencia y de su
identidad, a tomar un curso intensivo de ciudadanía y peruanidad. Nos dejaron
aquí a los padres, angustiados, orgullosos y felices, porque sabemos que al
regresar, esos niños serán un poco más humanos y un poco más
"grandes"; porque sabemos que regresaran con historias y recuerdos
que ya no son nuestros, son solo suyos y, buenos o malos, los enriquecen.
Mientras L estaba lejos, su ciudad cayó, una vez más
en el caos, en la in-humanidad, y pasaron cosas que no puedo contarle. Murieron
personas. Murieron dos personas por acción de otras personas.
"En tu ciudad hijo, existen intereses económicos
que generan acciones de violencia que resultan en muertos y heridos"
"En tu ciudad hijo, en tu país, existe una desigualdad social, económica y
educativa inmensa, y solo le hacemos caso cuando algo explota, cuando explota
una bomba, cuando explota la violencia, cuando explota la vida, a
palos"
Yo no quiero tener que decirle eso.
Y la verdad se hace evidente, L y yo estamos del lado
afortunado, afortunadísimo, que se va de viaje, que estudia, porque estudiar es
un lujo. Y que accede, a lo que sea, accede. Y entonces resulta necio estar
escribiendo esto. A veces parece que un país unificado, con prioridades bien
puestas, es un sueño lejano. Un norte al que no llegaremos nunca. Y debo
confesar que en esos momentos de desesperanza suspiro de alivio porque L, y yo,
estamos del lado afortunado, y pienso en lo poco que hago. En lo poco que
hacemos. Y me siento derrotada.
Entonces recuerdo a mi mamá hablarme de las
diferencias entre las personas, de la bondad que habita en cada individuo,
y de como siempre, siempre, los actos negativos son resultados de las
carencias y no de la naturaleza humana. Recuerdo su indignación en los momentos
en los que se enfrentaba a un juicio de valor sobre un otro, siempre empática,
siempre optimista y siempre creyendo en los demás. Recuerdo cuantas veces la
taché de ilusa y excesiva, y cuantas veces ella insistió en su tarea de hacerme
creer en la gente. Y me agarro de esa tabla. Si ella pudo criarme, criarnos, en
esta ciudad, creyendo en esta ciudad; en este país, creyendo en este país, yo
también puedo. Si ella sigue persiguiendo ese norte lejano, a su manera,
individual y "pequeña", yo también puedo. Y ese "poder" me
da fuerzas.
"En tu ciudad hijo existen tantas cosas buenas y
tantas cosas malas, y tanta gente que merece más oportunidades, tanta gente que
no es igual a ti y que es igual de maravillosa que tú. Tu ciudad y tu país
pueden llegar a ser felices, y armoniosos, y justos, para todos. Y aunque parezca
muy difícil, cada cosa que hagas en la vida puede ayudar a que eso pase.
Cada acción que tomes en la vida puede acercarnos a ese norte"
Mientras tanto lo veo llegar de su viaje, cansado,
"grande", feliz, y me alegro de que no tenga que pensar en lo que yo
estoy pensando. Y también me alegro de que en algún momento, no tan lejano, el
también tendrá algo que decir, algo que hacer, en este mundo.